Cerrar podrá mis ojos la postrera
Sombra que me llevare el blanco día,
Y podrá desatar esta alma mía
Hora, a su afán ansioso lisonjera;
Mas no de esotra parte en la ribera
Dejará la memoria, en donde ardía:
Nadar sabe mi llama el agua fría,
Y perder el respeto a ley severa.
Alma, a quien todo un Dios prisión ha sido,
Venas, que humor a tanto fuego han dado,
Médulas, que han gloriosamente ardido,
Su cuerpo dejará, no su cuidado;
Serán ceniza, mas tendrá sentido;
Polvo serán, mas polvo enamorado.
(Francisco de Quevedo)
Este poema es uno de mis favoritos, pincipalmente en el primer terceto donde las palabras adquieren la fuerza del trazado con maestría. Siempre he admirado los sonentos y nunca me he atrevido con ninguno. Hoy en algún momento y sin darme cuenta, dejé que mis ojos vagaran entre hojas, y de repente, se quedaron inmóviles y clavados como estatuas. Leyeron estas palabras una y mil veces hasta quedarse satisfechos. De Quevedo diríamos que era un personaje peculiar, pero... ¡Hay que ver cómo escribía!
Escondida detrás de una pared.
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¿Recuerdas cuando se te caía el mundo y yo estaba a tu lado? Era yo quien
iba a donde sea que estuvieras a abrazarte hasta que te tranquilizaras. Te
acar...
Hace 12 años
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