viernes, 21 de diciembre de 2012

Agente T

Hoy, vamos a colocar un relato corto que escribí hace poco y que han tenido el gusto de publicarme en un periódico.
Esperando que lo disfruten y pidiendo disculpas por tomarme tan a la ligera la ciencia, les ofrezco un relato policíaco ambientado en el cuerpo humano. Si yerro, ya saben, licencia literaria,
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El hígado es un lugar decadente con las paredes sin pintar y el suelo repleto de servilletas amarillas usadas y manchas de café. Allí, un linfocito T maduro pide otra jarra de glucosa sin filtrar.
-¿No cree que ya ha bebido suficiente, agente T?-le comenta el hepatocito camarero limpiando con un trapo la barra del bar de moléculas indeseadas.-Mire que el etanol no le sienta nada bien a nuestro citoplasma. Si lo desea le puedo servir del nuevo barril que nos han traído-Acerca su aliento sucio a la oreja del linfocito-. Es de glucógeno recién sintetizado.-dice en voz baja, como si no quisiera que nadie más se enterara en aquella sala vacía.
T le sostiene la mirada un segundo y luego vuelve a mirar al vaso.
-Póngame otra jarra de glucosa sin filtrar, por favor.
-Un mal día, ¿no?
El agente linfocito T del cuerpo de glóbulos blancos del sistema de protección inmune asiente torpemente.
-No hay justicia en la vida celular.-susurra el hepatocito.-No importa la supervivencia del individuo, sólo la de la ciudad, y el día que eso cambie estaremos todos caminito del camposanto ¿Qué ha sido esta vez? ¿Un parásito intracelular? ¿La hermana malvada de E. coli? ¿Un virus?
Linfocito T sabe que no debería hablar con civiles de las aventuras del cuerpo de glóbulos blancos, pero hoy le hubiera gustado saltarse un par de reglas mayores y no lo hizo. Tal vez rompiendo el silencio se sintiera mejor.
Le habían concedido su placa el día anterior en el centro policial del Timo sobre el corazón. Ilusionado había esperado con impaciencia la llegada de cualquier misión que le permitiera hacer uso de sus nuevas facultades como glóbulo blanco maduro. La aventura no se hizo esperar, pues aquella misma noche recibió la visita de Citoquina.
Ella era una proteína rubia de muy buen ver que se encargaba de llevar a los glóbulos blancos al lugar donde se producían los incidentes.
-Agente T, se requiere de vuestra presencia  en el Duodeno. Se trata de un 121, máxima prioridad. Apoptosis anómala del tejido. Podemos tomar la vena hepática hasta el hígado y de ahí el sistema porta para llegar al intestino.
Si bien en aquel momento el linfocito se sintió orgulloso de pertenecer al sistema inmune,  no estaba preparado para la escena que le deparaba el duodeno. Miles de enterocitos con el núcleo y el citoplasma reventado yacían muertos o moribundos sobre las aceras del lumen del intestino. Sin darse cuenta, el agente T pisó algo pegajoso, y cuando levantó la bota, tenía un pedacito de célula intestinal pegado a la suela. Sintió un escalofrío.
Los enterocitos eran considerados los más guapos de la ciudad, tenían una forma cilíndrica definida y con una extensa capa de microvellosidades en una de las caras del cilindro que solían peinarse como si tuvieran cabello. Microvellosidades que ahora aparecían esparcidas por la calle como sesos destrozados por la ingenuidad de un tiro. Los enterocitos eran células arrogantes y presuntuosas, pero no se merecían aquella masacre. Linfocito T jamás había estado en las catacumbas de Paris, pero posiblemente, se pareciera a aquello.
-Agente T, me alegro de verle.-le saludó un viejo amigo.
-¡Agente B! Cuánto gusto en tenerle por aquí.
Linfocito B asintió con la cabeza. Él había sido el primero en llegar a la escena del crimen y había dado la voz de alarma. Estuvo a punto de ver al asesino, de hecho había corrido tras él, pero el muy cabrón había lanzado contra él el cadáver de uno de los enterocitos y le había hecho tropezar, con lo que lo había perdido.
Los gritos y lamentos de las células madre hacían eco por toda la matriz extracelular. Se abrazaban a los cuerpos inertes de sus hijos para impedir que los siniestros macrófagos de los llevaran a la sala de autopsias y los hicieran desaparecer.
-Mire señora que no quiero hacerla daño, pero hemos de limpiar el lumen de cadáveres para que pueda volver todo a la normalidad-pidió amablemente el macrófago.
-¿Tiene usted idea de cuántas veces me he dividido? ¡Tengo miles de hijos! ¿Lleva usted la cuenta de los hijos que he perdido hoy? ¡Ya solo me quedan cien! ¡Éste era mi favorito! Si se lo va a llevar, por favor lléveme a mí también. Alguien les ha obligado a suicidarse. Yo les recomiendo que empiecen por aquella rata de E. coli, que se las da de buenecita, pero me he enterado de los estropicios que ya ha hecho en otros intestinos. Ayer mismo, se atrevió a insultarme cuando le recordé su naturaleza vil y despiadada y hoy, sorpresa, no aparece por ninguna parte.-dijo llorosa y amargamente la célula madre.
Los linfocitos B y T vieron que aquellos dos podrían acabar muy mal, de modo que se acercaron para imponer la paz.
-Le comentaba a este señor macrófago -ladró la célula -, que mi nombre y el de todas las células madre moltipotentes del intestino, que nos negamos a renovar el tejido con nuestros hijos hasta que el cuerpo de glóbulos blancos nos asegure que ya no hay peligro alguno para ellos.-sentenció la desdichada.- Prométanme que atraparán a esa bruja de E. coli.
-No se preocupe, señora, la cogeremos.
T le dio un codazo a su compañero.
-No hay pruebas contundentes contra esa bacteria.
B se llevó un dedo a los labios y le chistó mientras se alejaban.
-No quieras seguir provocándola, ¿quieres? Está loca, sería capaz de provocar una catástrofe en el organismo. Si le da por dividirse desordenadamente... ¡cáncer! Deberíamos ir a investigar a esa E. coli, es la única pista que tenemos. Tal vez fue ella la que vi desparecer. ¡Dios, tal vez hubiera podido pararle los pies!
Linfocito T puso una mano sobre su hombro y recibió una descarga.
-¿B, que te ocurre?
-No le des importancia, tengo la membrana algo turbia.
De repente, vieron algo moverse. Tal vez solo había sido un soplo de aire, opinó B. Sin embargo T decidió acercarse a investigar, tenía que seguir a su instinto. B optó por quedarse al margen y esperarle.
Y allí, escurridiza como una serpiente y pequeña como una lombriz, le miraba aterrorizada la bacteria de la que todo el mundo hablaba. La famosa E. coli, habitante usual del lumen del intestino, sospechosa de haber inducido el suicidio de los enterocitos y cuya cabeza pedían a gritos las células madre.
Linfocito T desenfundó el arma y la amenazó. E.coli levantó las manos para tranquilizarle.
-Baje el anticuerpo, señor glóbulo blanco, que estoy aquí para probar mi inocencia. Las células madre son unas necias, me conocen prácticamente desde que salisteis todos de la placenta y aún no se han dado cuenta de que soy completamente inocua. Sí, es cierto tengo algún pariente dañino. Pero ninguno se molesta en obligar a nadie a suicidarse. O bien se pegan como lapas a ello o bien los matan a sangre fría. Esto es demasiado limpio para un ejemplar de mi especie. No sé si me entiende-habló en voz baja-. Pero yo, que he visto mucho organismo, solo he visto a una célula capaz obligar a otra a autodestruirse. Esto es obra del sistema inmune, agente.
-Eso es imposible, no matamos indiscriminadamente. Sólo ayudamos a morir a células viejas y a células con defectos peligrosos.-contestó el linfocito.
-A menos que tengan un error genético o estén infectadas por algún virus. Insisto, esta tarde solo había un linfocito patrullando por aquí. Le conoce. Usted sabrá lo que tiene que hacer. No quiero que este organismo muera, también es mi casa.
Cuando quiso darse cuenta la bacteria rápida ya se había hecho desaparecer.
Linfocito T, con la cabeza gacha entre oscuros pensamientos volvió justo con su compañero. No sabía si debía creer a aquella bacteria gran negativa, pero entonces giró la vista hacia su derecha y pudo ver como enfrente del linfocito B, había un cadáver más de enterocito que antes no estaba.
-Conozco esa mirada T, no creerás qué…
T examinó a la célula muerta, y efectivamente comprobó que el modus operandi se asemejaba mucho al de la academia policial del sistema inmune. Recordó las lecciones de sus maestros. Toda célula problemáticaha de ser eliminada por el bien de la comunidad.
-¡No! ¡No lo hagas! ¡Somos amigos! ¡No lo hice a propósito! ¡Sólo estoy enfermo! yo no quería hacer daño a nadie. Hay daños en mi DNA, pero puedo repararlos. ¡Seré a partir de ahora un buen linfocito, lo juro!
Pero las reglas eran las reglas. Y las excepciones podían pagarse con la muerte.
-Hoy he tenido que fagotizarme a mi mejor amigo. ¡Me lo he comido!-exclama borracho el linfocito T al hepatocito camarero.- Pude sentir como se estremecía mientras mis enzimas se preparaban para descuartizarlo. Le escuché gritar cuando destruyeron su núcleo.-T tiembla mientras habla, el etanol ya ha comenzado a nublar sus funciones.-No se lo merecía.
 El hepatocito se rasca la barbilla.
-Deberías ir acostumbrándote pequeño linfocito. No hay sitio para la justicia en nuestra comunidad pluricelular, sólo para la supervivencia.


domingo, 11 de noviembre de 2012

Una suave brisa


Hacía tiempo que no había que sacarme las palabras a ladrillazos.
No sé cuando voy a aprender a no mirar atrás.
El mundo giraba a nuestro alrededor y tú no parecías darte cuenta.
La espiral era cada vez más rápida. Te mecías en los colores.
No viste llegar el invierno. Ni como el blanco y el negro lo devoraban todo.
Siempre quise volar y me tendiste dos alas.
No insististe mientras las rechazaba.
Yo temblaba de frío y tú me quemabas.
El mar atravesó mi cuerpo helado.
Tú flotabas, yo me ahogaba.
Cuando la tierra comenzó a temblar, la decisión era solo mía.
Solté tu mano y seguí mi camino.
Tus huellas golpeaban la arena. Giré la cabeza.
Un huracán te arrastraba y para mí sólo soplaba una suave brisa.

domingo, 14 de octubre de 2012

El espejo


Ya no recuerdo cuando fue la última vez que me manchaste con el rímel de tus pestañas. Tú tampoco. Ha subido la marea en ese hueco profundo que sostienen tus ojeras ¿Qué tienes entre esos dedos? ¿Por qué vibras de esta manera? No me mires así, niña. Yo no tengo la culpa de que tus párpados estén yermos ni de que la última hebra que te quedaba, rinda hoy su último aliento.

Eras la reina de los bosques y te coronaba una selva. Yo no puedo mentirte, talaron los árboles, contaminaron las fuentes, ahorcaron tu luz. Ahora eres luna en un desierto de estrellas. Fuiste hermosa y aceptaste mi cumplido. Y aun sin la mata de pelo y con la piel amarilla pegada al hueso, lo sigues siendo. Has dejado de sonreír. Hay una muñeca marchita que te devuelve la mirada. Es el retrato de una mujer que se está muriendo.

Nadie ha querido admitirlo. Ni los médicos, ni tu familia, ni tu marido… No aceptarán la verdad. No, hasta que tu cuerpo se confunda con el de una máquina y te entuben de forma que ya no seas dueña ni de tus propios latidos. Por eso has tenido que preguntar al espejo, antes de que mañana te veas atada a una cama.

Pones una mano sobre mí y te encojes despacio hasta tocar el suelo. No te atreves a levantar la vista, y con los ojos cerrados, golpeas la cabeza contra el cristal. Soy un espejo y no tengo orejas, pero puedo leer en tus labios que quieres vivir y que aquella masa amorfa que crece dentro de ti no te deja.

Estás asustada y sola en esta habitación y yo, aunque quiera, no soy un consuelo. Querría tener brazos con los que estrecharte y besarte esa piel de nieve que se deshace por los suelos. Quisiera haberte vuelto leona, y el lugar de eso, te he quitado toda esperanza.

He atrapado tu aliento. El vaho es una nube blanca sobre la que suavemente deslizas los dedos. Escribes un “te quiero” y un “lo siento” y un “aún me queda tiempo de ser libre”. Has visto a la sombra de la muerte agazapada bajo tu cama. Ella va a ganar la partida, pero hoy tú decides como termina. Coges un rotulador permanente y repasas las letras para que minutos después, tu marido sea capaz de leerlas.

Te apartas de mí, y caminas hacia la ventana. Separas las cortinas. El sol que inunda el cuarto te ha convertido en una silueta oscura envuelta en llamas. Estiras los brazos, dejas que el astro rey te acaricie una vez más. Pones un pie sobre el alfeizar, luego sube el otro.

Te giras y por última vez me miras. Sonríes al espejo. No te estás despidiendo de mí sino de ti misma. Das un paso hacia el vacío.

Y mientras tu cuerpo cae, tu alma de pájaro escapa y se aleja volando.

miércoles, 26 de septiembre de 2012

Cartas cruzadas (Markus Zusak)

Adoro leer, hay mil libros y poemas que recomendaría. Sin embargo, apenas hay nombres propios de autores en mi altar de la literatura. Y en él hay dos zetas que escribo con mayúscula.
La primera es de Stefan Zweig que es capaz de transformar el hecho más monótono y aburrido en un escenario lleno de luz y color acompañado por toda una orquesta sinfónica vienesa. La Historia vista a través de sus ojos se convierte en una apasionante novela. El político más callado, en rufián sin escrúpulos. La aventura fracasada, en toda una metáfora de la grandeza del ser humano. Él es sin duda mi autor muerto favorito.

Curiosamente, mi autor vivo predilecto también se escribe con la última letra del abecedario. Cuando saqué Cartas cruzadas de la biblioteca, ni siquiera me molesté en mirar la contraportada, el nombre de Markus Zusak me sobraba y me bastaba. La ladrona de libros, otra novela de este genial escritor, es probablemente el libro que menos tiempo ha pasado en mi estantería. Según me lo devuelven, lo vuelvo a dejar. Lo prefiero libre y destartalado, compartiendo su historia una y otra vez, que en perfecto estado cogiendo polvo en mi estantería. Siempre he creído que un libro es la suma de la historia que cuenta, con las historias de aquellos que lo leen.

"El hombre de la pistola es un inútil"

Con esa frase comienza Cartas cruzadas. Siempre en la línea del estilo sencillo y parco, en el que de vez en cuando se oye un disparo de agudeza. Se nos narra en primera persona la historia de un joven, Ed, que sin más objetivo en la vida que el de seguir ciegamente a su mejor amiga, que rehuye del amor y que es capaz de acostarse casi con cualquiera menos con él. En contraste, el protagonista opina que el seo debería ser como las matemáticas, no debería pasar nada porque no se te de bien. Tienen dos amigos, uno que no es capaz de dar un palo al agua y otro con un amor desmesurado hacia un coche cochambroso.

Tras detener a un penoso atracador de bancos. Ed comienza a recibir ases de la baraja francesa con mensajes en clave. Cada uno de ellos le conduce a una persona que deberá ayudar. La trama es entretenida y cercana, pero lo verdaderamente interesante se haya en el núcleo de los mensajes. Es un libro de pequeños gestos, de como el personaje más insignificante, es capaz de cambiar la vida para mejor de todos los de su alrededor, aunque a veces se lleve un buen cogotazo. Una vez terminada la última página, dan ganas de imitarle. Si él ha podido hacer del mundo ladrillo a ladrillo un lugar más feliz, tal vez yo también pueda hacerlo en la vida real. Markus Zusak ha conseguido que la empatía no parezca tan difícil.


sábado, 8 de septiembre de 2012

Un nuevo amigo

A mi modo de ver, no nos presentaron adecuadamente. Sobre todo teniendo en cuenta que nuestra relación iba a durar toda la vida. Mientras no hubo que tratar directamente con él, no hubo problemas. Luego llegó mi San Martín. Para empezar, era más ancho que alto, soltaba gases y había ruidos extraños al digerir su comida. Era tipo tan raro, que hasta me hicieron estudiar un manual de instrucciones antes de poder conocerlo en persona.
Si te descuidabas se quedaba parado, y no había modo de arrancarle palabra si no pulsabas el botón de reinicio. Si a mí me gustaba irme de marcha, el tenía una marcha para cada estado de ánimo diferente. Querría decir que tenía pocas luces, pero lo cierto es que tenía dos faros bien grandes para que se le viera por la noche, por no hablar del surtido luminoso que poseía para adaptarse al parte meteorológico. Podía permanecer inmóvil horas, incluso días. Se quedaba allí quieto, en el mismo lugar donde lo dejaste. Siempre en la misma posición, mirándote. Esperando el momento en el que con un simple movimiento de muñeca, le hicieras rugir. Y sin embargo, era tan rápido que entre su velocidad y su propia masa se había convertido en una máquina de matar perfecta. De la que por cierto, te tenías que hacer responsable.
Por todo ello decidí darle largas. No lo necesitaba, me dije. Hasta que lo necesité. Tenía sus virtudes. A su manera de ser, era simpático y atento. Por lo general siempre hacía lo que le pedías, aunque conllevara estamparse contra una farola. Y era capaz de llevarte a lugares a donde ningún transporte público había llegado aún.
Le pedí disculpas dándole un golpecito cariñoso en la capota. No me respondió. Le dediqué la mejor de mis sonrisas. Siguió sin decir nada. No me sentí ofendida. A fin de cuentas… ¡qué podías esperar de un coche!

lunes, 3 de septiembre de 2012

Del amor y otros demonios, Gabriel García Márquez


Encontré el libro por casualidad en los restos de la mudanza que aún no nos habíamos atrevido a desembalar. Al abrir la caja reconocí el inconfundible olor de las hojas de papel apiladas y encuadernadas. Como una niña chica fui sacando los tomos uno a uno para ver que tesoro nuevo encontraba y me llevaba a mi habitación. Subí dos pequeñas joyas. La primera fue El perfume, un curioso recorrido por la vida de un asesino con una nariz prodigiosa, y la segunda Del amor y otros demonios¸ de Gabriel García Márquez.

No esperé a llegar arriba para empezar el libro de García Márquez. Algo tenía de maravilloso la niña de cuello de cisne cuya cabellera le flotaba alrededor ocupando casi la mitad de la portada. Leí el prólogo sentada en las escaleras. En él el escritor explicaba como se había decidido a contar aquella historia. Hablaba de como siendo un joven reportero había tenido que cubrir unas exhumaciones en el convento de Santa Clara. Al abrir una tumba, una pelambrera de unos veinte metros de largo sorprendió al salir disparada como un león de la cripta, en el interior, los huesos de una niña de unos doce años. Luego la leyenda de una marquesita cuya melena arrastraba por el suelo que escuchó en su infancia hizo el resto.

La verdad, es que es una historia preciosa. Cada personaje representa un mundo, su mundo, y tiene que soportar las tiranteces que ocurren cuando se choca con los de los otros. Cada personaje parece llorar porque se cuente su historia. La protagonista es una muchacha nacida en el seno de una familia  de padre noble y madre plebeya que por culpa del desentendimiento de uno y el odio malsano de la otra, acaba siendo criada por los esclavos negros de la casa. Pero nadie parece querer comprender que a pesar de su apariencia de blanca, la niña tiene alma, creencias, y costumbres de una reina africana.

Para cuando el Marqués trata de recuperar a su hija ya es demasiado tarde. Un perro rabioso la ha mordido, y en su afán por salvarla, por darle todo su amor y cariño, la arrastra al infierno. El obispado la toma por endemoniada y lo obliga a encerrarla en un convento, donde entre el desamparo y los tormentos, entre lo fantástico y lo religioso, se superponen la intolerancia y las necesidades del corazón.

domingo, 15 de julio de 2012

Sobre la esgrima


Tal vez debería haber escondido mejor mi sonrisa la primera vez que entré en una sala de esgrima. Supongo que siempre quise convertirme en mosquetero. No se descubre todos los días que eso de empuñar una espada y blandirla en el aire es algo que no solo puede hacer un personaje de novela. De modo que allí estaba yo dispuesta a empezar mi propia historia de caballerías, sin ninguna experiencia y con muchas ganas de empezar a matar dragones.

En el fondo, en espada, por mucho que se oiga tañer las hojas, todo consiste en pulsar un pequeño botón que hay en la punta contra el cuerpo del contrincante. Si como a mi os apetece volver al romanticismo podemos hablar de ensartar al adversario, o si el golpe ha sido lo suficientemente fuerte como para dejar cardenal, sin lugar a dudas lo exageraremos hasta decir que lo hemos atravesado.
Imagen prototipo del texto, a la espera de que me envíen la buena.
Y es que tras cinco meses batiéndome en duelo a la antigua usanza y más de mil botonazos a mis espaldas, he llegado a la conclusión de que en esgrima se hacen amigos a base de hematomas. Y para que por la calle dejen de tomarme por mujer maltratada, he tenido que tatuarme lilas sobre el brazo y dibujar amapolas sobre mi pecho.

He tachado el verbo rendirse de mi diccionario, porque eso de dar la espalda y no terminar el asalto es cosa de cobardes. Y si el mejor esgrimista de la sala te pide tirar (palabra técnica para describir el acto de pegarse con un palito de metal, otros quizás le encuentran más acepciones al verbo, pero aquí no significa lanzar una pelota, sino tratar se pinchar al oponente) tú no te amilanas y te pones en guardia sobre la pista.

Porque aunque él cuente el tiempo que lleva practicando el deporte en años y tú hasta hace poco en semanas, aunque ya sientas el sabor de la tierra que tendrás en la boca cuando te haga morder el polvo, aunque nadie en su sano juicio apostaría a tu favor, cada tocado conseguido será una pequeña victoria. Y si no consigues ninguno, siempre nos quedará el premio al valor y el encanto de haberse enfrentado a un imposible. No existe derrota sin la promesa de una revancha. No se pierden guerras, sino sólo batallas.

domingo, 10 de junio de 2012

El silencio


La madera gemía mientras la hamaca se balanceaba. No lo escuchó llegar. No lo sintió encaramarse a sus pies, ni enredarse en sus talones. Trepaba por sus piernas como una lagartija, como una cucaracha. Para cuando el silencio alcanzó su cuello, ya era demasiado tarde. Solo le dio tiempo a abrir los ojos mientras unas manos metálicas se cerraban sobre su garganta.

El silencio es una bestia de hierro, fría como una traición. El silencio es un jarro de agua helada en una noche de invierno. Es un cuarto cerrado, oscuro, pequeño, donde el aire se carga, espesa y ahoga. Son dos labios sinceros que no desharán una mentira.

Son tres gotas de sangre atravesando la niebla.

Aterrado, el hombre se acercó al escritorio y tomó papel y tinta. El silencio se escurrió sobre sus manos y se deshizo entre sus dedos. Cuando terminó el silencio ya se había ido, pero quedaba aquella maldita carta sobre la mesa.

viernes, 11 de mayo de 2012

Cazadores de sueños


Tenían un sueño. Buscaban un poco de luz en la boca del lobo, y se han metido en su garganta. Huele tanto a humano que casi se esconde el olor a madera podrida. La barcaza es un juego de tetrix donde más de cien personas se apilan encima.
La arena de la playa está mojada y no la han besado las olas. Allí ha llorado una madre mientras agitaba un pañuelo de colores. Un pedazo de su vientre flota a la deriva y no va a volver.
Tez tostada, casi negra. Su hijo mantiene el gesto orgulloso mientras se aleja de su familia. Bajo sus cejas de ébano hay dos estrellas. Una brilla hacia Occidente y se llama Ilusión. La otra no perderá de vista África ni aún cuando la orilla se vuelva una forma borrosa.
Dos días a bordo. En la barca hay una mujer que, a pesar del hacinamiento, no ha conseguido escapar del frío. Está embarazada. Escapa de una guerra que no es la suya ni la de su bebé. Allá a donde van querrán darles la espalda y dirán que son ilegales. ¿Su delito? Buscar un futuro que por su origen no les corresponde.
Una tormenta. La patera se tambalea. Se oyen gritos. Comienza a entrar agua. Nunca hubo garantías. No será la primera patera con la que se atraganta el Atlántico. Sus seres queridos no sabrán nunca que se hundieron entre las olas. Un hombre ha reconocido a la muerte, y al olvido, pero se niega a aceptar al silencio. Ha comenzado a cantar y a él se han unido otras voces. Su canción quedará en el eco cuando sus párpados se cierren.
Sus cuerpos descansan todos juntos en el fondo, los enterraron las sirenas.
Sobre la tumba colocaron una lápida. Sólo había un epitafio posible: Tenían un sueño.

jueves, 19 de abril de 2012

El tren

Cada día, las vías y los raíles se le hacían más monótonos y aburridos. Los mismos paisajes de siempre a la misma hora de siempre. El sol en idéntica posición, las sombras sobre el mismo suelo. Qué más quisiera el tren que quedarse diez minutos parado y en vez de observar escenas sueltas, percibir un pedazo de historia.

Línea C4 de ferrocarril, estación Nuevos Ministerios, las puertas se abren y entra en el tren una muchacha morena. Lleva un libro entre las manos, uno diferente cada semana. Se sienta en una esquina, al lado de la ventana. Duda un instante y su reflejo en el cristal solo ve una mujer cansada y sin futuro. Una más. No para el tren. Coloca la novela sobre sus rodillas y acaricia un momento la portada. Comienza la lectura. No se sabe observada. No sabe que el tren la ha estado esperando. No sabe que ha puesto sus ojos sobre sus hombros y está leyendo con ella.

El tren sonríe. Sobre el papel hay versos de Pablo Neruda. La mujer permanece todo el trayecto en la misma página. Es su poema preferido. El tren repite las palabras después de ella. Es su momento favorito del día. Durante veinte minutos, ya no es tren sino poeta y ha estado enamorado.

Fin de línea, estación Colmenar Viejo, la mujer cierra el libro, se baja y el tren se despide con un tenue bufido. La mujer sigue su camino.

El tiempo pasa y ella envejece, pero sus costumbres no cambian. El tren ennegrece y se oxida, y un funcionario decide que ha llegado la hora de cambiarlo por otro con un motor más nuevo, recién pintado  y sin ventadas ralladas.

Un último viaje. Estación Nuevos Ministerios, la mujer se sube. La sonrisa del tren es esta vez triste. Hoy toca La vida es sueño. Estación Tres Cantos, previa al final de línea. La mujer cierra el libro sobre su regazo, y acaricia uno de los bordes de la ventana del tren con cariño, también sabe que este será su último viaje juntos. Estación Colmenar Viejo, la mujer deja el libro sobre un asiento antes de abandonar definitivamente el vagón.

Esta vez si vuelve los ojos hacia el tren. Musita un dulce adiós, y justo antes de marcharse, le parece oír en el rechinar de las vías, la palabra “gracias” y un “hasta siempre”.

lunes, 5 de marzo de 2012

Tu sombra y la mía

El sol golpeaba mi espalda, y mi sombra guiaba mis pasos, liviana y gris sobre el suelo blanco. Se alargaba bajo mis pies y me miraba distante, no era más que una forma vaga.

Vi una sombra acercarse a la mía. Me estremecí, era la tuya. Tu pelo, tu abrigo, tu forma de caminar... Fingí estar distraída, mientras la distancia que nos separaba se hacía más pequeña. Mis ojos estaban clavados en tu sombra, y mis labios habían comenzado a dibujar una sonrisa. Comenzaste a andar más rápido hacia mí, pero permaneciste en silencio. Te conocía demasiado bien. Sí… pronto notaría tus dedos sobre mi rostro. Me haría la sorprendida, pero mi la curva de mis labios se ensancharía y me delataría.  

-¿Quién soy?-preguntarías.

Te haría creer que no te reconocía, y diría mil nombres antes de pronunciar el tuyo, haciéndote rabiar. Y mientras tanto, nuestras sombras se fundirían en una, dibujando una sola silueta, hija de la tuya y la mía.

Volví a la realidad, tu sombra ya casi había alcanzado a la mía. Podrías tocarme si alargaras la mano. Pasaste de largo, y te llevaste a tu sombra contigo. Tu pelo ya no era tu pelo, tu abrigo ya no era tu abrigo, y tu forma de caminar tampoco era la tuya.

Mi sombra se quedó mirándome desde el pavimento. Hubiera querido saber en qué pensaba. No podía ver sus ojos, se sumergían en el contorno de mi cabeza. Parecía triste. Parecía sola.

Tal vez ella también habría deseado encontrarse contigo.

lunes, 13 de febrero de 2012

Amigos.

Hoy vamos a hablar sobre mis caballeros andantes y mis doncellas en apuros. Aquellos que me devuelven a la tierra firme mientras me asomo al precipicio, y de aquellos que me hacen sentir que, de vez en cuando, sirvo para algo.

Amistad… qué palabra tan bonita. Qué aventura tan apasionante. Qué historia tan grande. De nada vale el amor cuando se acaba, ¿qué queda del corazón sino vacío? La sombra, el frío, la soledad, el abandono. Se endurecen los ojos y podrías desear no volver a ver a Cupido detenerse en tu ventana, y mucho menos a la misma flecha que todavía lleva tu sangre seca sobre su madera.

Sin embargo, a un amigo, siempre lo querrás volver a ver. Por mucha rabiaque te dé, por muy enfadado que estés, por mucho daño que haya podido hacerte. Por raro, estúpido o ingenuo que parezca, no se puede ceder al olvido. No se puede encerrar a un amigo por las buenas en el cajón de los recuerdos, se retuerce de mala manera y se termina escapando de nuestras manos.

Un amigo de verdad no es algo que socave el tiempo. Algunos hay que se van sin mirar atrás, y de vez en cuando vuelven para arrancarte una carcajada. Otros no quisieron irse, desaparecieron mientras sus dedos aún se aferraban a los nuestros, no volverán a hablar, ni aun siquiera respirar, pero no existe la muerte en la memoria. Y los hay que no se van, que se quedan, que te discuten, que te pican, que te tocan las narices, que te guardan secretos, que te llevan de excursión a ninguna parte, a los que esperarías horas y horas bajo la lluvia, que se ríen de tus caídas y luego te ayudan a levantar, que te recordarán hasta la saciedad tus errores, haciendo de ellos tus superpoderes particulares.

Dispuestos a apuntarse a bombardeos, a llevarte la contraria, a quitarte la razón si no la tienes, y a dártela cuando lo necesites, a defenderte del cualquier peligro, aunque sea imaginario, a ser payasos, maestros de la vida, héroes en potencia, filósofos, críticos literarios, aventureros, soñadores, abogados. Amigos.

viernes, 10 de febrero de 2012

De qué hablo cuando hablo de correr (Haruki Murakami)

He de reconocer, que leer este libro para mí ha sido como correr una maratón. Yo que soy capaz de merendarme más de ochenta páginas diarias, he tardado casi un mes en terminar sus poco más de doscientas. Sin embargo, ¿me arrepiento de haberlo leído? Naturalmente que no.

Siempre es sorprendente lo que se puede aprender de relatos así. Relatos que se escapan del marco estándar y nacen simplemente porque alguna vez tenían que nacer. Este es un cuento largo sobre una vida, contado a través de zancadas sobre la arena y ganas de superarse. No es algo que te suelas encontrar en las estanterías de una librería.

Realmente, no es un libro que yo recomendaría a todo el mundo. Gira en torno al hecho de correr, y al efecto que ello ha tenido sobre la vida del escritor. Si piensan en un nudo, en un principio y en un desenlace, olvídense, porque esto no es lo que están buscando. Si sin embargo buscan un libro sobre el esfuerzo, caerse y seguir adelante, debieran leerlo. No son más que experiencias sueltas y conclusiones varias de un novelista que se calza sus deportivas, y que en el rebote de sus pies encuentra algo extraño, que por muchas agujetas, dolores musculares o tiempo que le quite, no puede dejar de mirar.

Con todo, al tener mucho de ensayo y biografía, leerlo de cabo a rabo, se me ha hecho duro. Es más bien, algo que ha de leerse poquito a poquito, masticando cada idea antes de pasar a la siguiente hoja de papel. No como he hecho yo, tirándome a la piscina a lo bruto y sin pensar, encabezonándome en acabarlo cueste lo que cueste.

Es un buen libro para aquellos que corren o quieren empezar a correr. Ya van dos días en los que después de leer un par de capítulos, me enfundé el chandal y salí a la calle dispuesta a hacer footing. Sí, y también es un gran libro para personas que como yo decidimos de vez en cuando plasmar historias en el papel. Escribir es hacer una carrera de fondo, hay una victoria por ganar, claro que sí, pero la victoria más grande reside en cruzar la línea de meta, satisfecho con el camino recorrido.

miércoles, 8 de febrero de 2012

Tengo miedo

Tengo miedo. Y esas simples cinco letras suenan demasiado sinceras.

Tengo miedo. Y decirlo no lo aleja, ni lo esconde, ni lo cubre de niebla y viento.

Tengo miedo.

Y porque sé que está ahí, porque se sé que vive conmigo, yo no cierro los ojos. Lo observo, lo escucho, lo  siento.

Y le enseño los dientes.

Porque yo, hoy, tengo miedo.

domingo, 15 de enero de 2012

A veces




A veces hago cosas que no debo. Como dar vueltas y vueltas sobre temas cuyo roce solo puede hacerme daño. A veces hago cosas que no tienen explicación, como escribir una palabra sobre una hoja, quedarme mirándola, y después tacharla hasta que queda ilegible.

A veces sé que no debería soñar tanto, que debería bajar de mi reino de nubes, y empezar a vivir de verdad. Pero a veces no tengo un final feliz, a veces me toca morder el polvo y levantarme del suelo, y nunca nada se me ha dado tan bien como cerrar los ojos y sentarme a imaginar, para así después poder sonreir.

Cuando sólo queda soñar se hace condena.

Pero es una hermosa condena.

martes, 10 de enero de 2012

Siddhartha (Hermann Hesse)

He decidido, abrir una pequeña sección de lecturas. Me gusta leer, en realidad, me apasiona. Me encanta empaparme de palabras y sentir en mi propia piel las historias de otros, aventuras que nunca viviré, sentimientos que jamás albergaré, locuras que jamás cometeré. Por ello, quizá mi mayor defecto en este campo, es que tiendo a devorar libros, apenas los mastico, apenas los digiero. Luego, me cuesta recordarlos, y olvido lo que aprendí de ellos.

Por todo eso, hoy levanto el telón y salgo al escenario para hablar de lo que otros escribieron, y acabó cayendo en mis manos

Siddhartha no es un libro largo. Siddhartha no enreda frases y tiene un estilo sencillo. Es un cuento, tal vez una fábula, una metáfora. Es una búsqueda de lo esencial, de lo importante de lo que da sentido. Nos habla de un joven que lo abandonó todo para encontrarse a sí mismo, que no quiso más maestro que la vida misma, que se entregó a la virtud y después al vicio, al placer y al sufrimiento, y finalmente al amor

Es, sobre todo, una novela de varias lecturas. En la primera tenemos una historia, en la segunda nos topamos con un filósofo, o quizás con más de uno. Seguimos al príncipe, al monje, al mendigo, al mercader avaro y al apacible barquero. Perseguimos al niño, al adolescente, a la madurez y a su vejez. Y todo esto en medio de lejanas tierras, a la sombra de árboles como cocoteros y bananos, en un mundo oriental que se abre a nuestros ojos a la vez extraño y maravilloso.

Personalmente, es la primera vez que alguien me acerca a Buda, no como algo ajeno y místico, sino como la persona, como el maestro que fue, y lo que influyó allá por donde anduvo. Hesse admiraba su figura, y como tal nos la presenta. No es el centro de la novela, pero sí su periferia. Y ha sido realmente interesante contemplarle con los ojos de un cuento, su forma de moverse, de hablar, de expresarse. Probablemente termine investigando más sobre él pro mi cuenta.

Este no es un libro que haya devorado, lo he leído despacio, con detenimiento, escuchando una a una las preocupaciones de Siddhartha, y aprendiendo con él, dejándome llevar por las vueltas y revueltas de su pensamiento, y sonriendo cada vez que encontraba su camino gracias a la sílaba Om. Al final, lo extraño y lo mágico siempre se descubre en las cosas más pequeñas.

Acabé abriendo este libro, porque dos personas me lo recomendaron un día. Ellos decían que les había cambiado la vida. Yo no me atrevo a hablar en tan grandes términos, pero sí es un libro que he leído con gusto, que no ha movido mis emociones, pero que me ha abierto las puertas a otras concepciones del mundo.

lunes, 2 de enero de 2012

Doce campanas

Se oyeron doce campanas.

La primera sonó a despedida.
Un hola a la madrugada, un saludo, un buenosdías.
Cambio fue la segunda, de hora, de mes, de año
Tercera vino descalza, alegre y llena de vida
Cuarta miró su reflejo. Quinta tuvo esperanza.

Sexta fue llamada deseo, amor, sueño y anhelo
La siete vino exhausta, casi equivoca la fecha
Carcajada contuvo la octava,
Pues tenía ya muy llena la boca
Honor valentía y nobleza
De eso vino a hablarnos novena.
Diez fue sobre todo una duda.
¿Bien contadas estaban las uvas?

Once le dijo a la noche
bien puestas estan las estrellas
Antes de ya dar las doce
Doceava se hizo un estruendo
Preguntó entonces el año
Y tú al destino que pides

Yo ante él no me postro
Puesde mí tiende a reirse
yo ya no tengo una lista
que nunca pueda cumplirla
Yo solo tengo dos manos
Dos manos y una cabeza
Yo solo tengo dos ojos
Y algo que late en mi pecho
No sé qué traerá mi camino
pero si aquí lo que tengo me sirve
tendrá que enfrentarse conmigo.

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