sábado, 29 de marzo de 2014

Tres o cuatro palabras en la cartera

Tú que ya no crees en cuentos y yo que salto de las páginas de uno para meterme en otro. Para ti que el amor es secundario y para mí que es lo único que cuenta. Tú, que venderías un beso por el precio de otro, y yo que solo beso ladrones que me han robado algo del pecho. Tú que dices que te importo, y yo que creo que eso es lo único que tendría que ser importante.
Mi alma escribe en mi rostro con buena caligrafía. Tú, que tan bien sabes escrutarme con la mirada, me pregunto cuán fácil te es ver a través de mis ojos todas esas cosas que no valoras, que se te escapan de las manos y se cubren de barro, por las que yo soy capaz de dar media vuelta, arrodillarme en el polvo y ensuciarme los dedos al recogerlas del suelo.
Un día despertaré y no serás más tres o cuatro palabras en mi cartera. Otro bandido aparecerá en mi vida. Y será suya mi risa. Y será él quien me arranque las lágrimas y no tú el que desangre los versos que nunca llegarán a ver la luz del día.
Yo era una alta torre, orgullosa y soberbia. Me creía inalcanzable, erguida hasta el cielo. Y el tiempo echó raíces, y como a todas, me hizo caer. Y pobre alta torre que no sienta socavar sus cimientos, pues tanto duela el golpe, tanto habrás estado cerca del cielo.
Arrepentirse sería malgastar recuerdos.

Tú que no has querido ser como yo, y yo que tampoco he querido ser como tú. 

viernes, 14 de marzo de 2014

El amor y la guerra

A mi abuela, que me contó la historia

Esta es una historia que podía comenzar con un “había una vez”.
Había una vez en un pueblo perdido en la frontera, un muchacho llamado Casimiro. Casimiro era hijo de una familia pobre y como tenía varios hermanos, puede decirse que su patrimonio era más bien nulo. No tenía tierras, ni dinero y para colmo de males, en aquella época España decidió embarcarse en una guerra en África en la que tenía más que perder que ganar. Y sin perras con las que poder pagarle una bula al destino, arrastró al pobre Casimiro consigo.
La vida en África distaba mucho de los valores de orgullo, honor y coraje que vendían en los panfletos del ejército. La vida de un caballo valía más que la de un hombre y conoció a un noble marroquí que pese a poseer ya doce esposas decidió casarse otra vez, y para hacer la gracia, la esposa número trece tenía que tener trece años. Un día, Casimiro recibió un paquete de galletas que, tras el largo viaje desde Castilla, se habían llenado de gusanos. Él y su cuadrilla de amigos las tiraron al estiércol. Poco tiempo después el hambre hizo que volvieran a buscarlas
En aquel lugar inhóspito el joven soldado se enamoró de una bonita muchacha de ojos rasgados. Al principio ella le desdeñaba por no ser poco más que un pobre hombre. Luego él le prometió el oro y el moro. Le contó que tenía una mansión y cien criados a su servicio, veinte caballos blancos y un amplio jardín de flores de todas las partes del mundo. Sólo le faltaba una en él, ella. Así, poco a poco la joven se fue ablandando ante los sueños de una vida mejor. Dejó de fijarse en su chaqueta vieja y en sus botas raídas. Y finalmente, se entregó a él.
Cuando la guerra acabó, ella abandonó a su tierra y a los suyos por él. Dejaron los horrores del Marruecos atrás y desembarcaron juntos en Cádiz. Allí nadie los esperaba. Ella no pudo evitar sentirse algo decepcionada, pues imaginaba que una carroza a los pies del puerto los iría a recoger y los llevaría entre algodones al hogar de su amado. En lugar de eso, su medio de transporte fue una mulita tuerta y gris.
Al parecer, durante el camino, ella no dejaba de preguntar acerca de su futura vida juntos. Al llegar a la entrada del pueblo, Casimiro detuvo el animal un momento.
-Cierra los ojos, ¿qué ves?
La joven, abrazada a la cintura del jinete, así lo hico.
-Nada-respondió aún sonriente.
El soldado se volvió hacia ella con dulzura.
-Pues eso es lo que tengo.
Se debió escuchar después un estallido de cristales. Eran las ilusiones de la mujer derrumbándose todas juntas sobre el suelo. Cuentan que nunca pudo recuperarse y que no duró mucho tiempo más en este mundo. Casimiro se volvió a casar y si bien no llegó a ser nunca un magnate, sí que llegó a conseguir un puñado de tierras en su pueblo.

martes, 4 de marzo de 2014

Cuenca

Juegando a ser Olimpo con el musgo a sus espaldas
Estrechada por el Júcar y abrazada por el Huécar
Cristales rotos, grietas y un dragón de piedra
Cuenca escala al cielo sobre tierra cortada a tajadas.

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