Lobos, decenas de ellos, rodeándola por todas partes, lucha entre el hambre y la presa.
Cercándola entre luces y sombras de una noche de media luna, llevándosela en su huida por zonas desconocidas. Extraviándola, limitando sus vías de salida entre troncos y zarzas.
Arrinconándola entre las finas hileras de almendros habitadas, que impasibles a su desbocada marcha, entorpecían su fuga. Lobos blancos, lobos negros, por colores entrelazados a la vera de los árboles de ramas sembradas de flores sonrojadas, formando la escena de trazas sangrientas que pondría fin a su vida
Los enormes cánidos se aceleraban en su persecución, cada vez iban más rápido, quizá al oír los jadeos de su desalentada víctima, o al oler su rastro más cerca ya conocían su conquista, faltaba poco para que la alcanzaran. La tierra que se alborotaba a su paso, producía la siniestra caída de las pequeñas flores blanca, que con su suave resplandor puro trataban de olvidar el amargo rastro de sangre que emanaban de sus pies descalzos.
Y a lo lejos, un almendro enorme, en medio de las malditas filas de árboles que parecían seguirla sin freno, tal que los lobos, se alzaba con su copa espesa de nieve roja, pues había teñido las mangas floridas de sus ramas del más rojo puro escarlata delatando con su bello fulgor, la sombra oscura de aquella noche. Cómo guardando un secreto, cómo compadeciéndose de ella, cómo único ser de aquel siniestro lugar capaz de valorar la vida, pues de bermejo se vestían sus flores.
Esto es un pequeño retazo que desprecié de la novela en la que estoy trabajando, ya no tiene mayor utilidad, de modo que lo cuelgo aquí a modo de relato. En realidad es una pesadilla que Gabriela tiene todas las noches tras la muerte de su hermano. Espero que os guste. ^^