Hay épocas en las que es hora de cambiar de aires y mudarse de casa
a la biblioteca.
Da igual que hayas llevado bien las asignaturas, de nada te
servirá haber estudiado todos los días si no hincas bien los codos justo antes del
examen final. Ya no se trata de entender los conceptos, si no de ser capaz de presentárselos
al profesor tal y cómo él quiere. Saber no vale, más importante es demostrarlo.
Tú liberarás solo tus propias batallas, pero en la biblioteca al menos te sientes acompañado. Si estás sentado en la silla, las narices en los apuntes. Y si te levantas, alguien habrá dispuesto a enredar contigo. Es un buen sitio para hacer amigos
Y yo que me solía perder entre las estanterías e inundarme
del olor a libro, a antiguo. Yo que saboreaba con mis manos los bordes
desgastados y las esquinas pulidas de las historias y poemas de ayer, de hoy,
de siempre. A mí que me gustaba sonreír cuando veía una novela fuera de su sitio,
porque significaba que alguien los había tocado, que alguien más los había
cogido.
Alguien se había parado a hablar con los muertos, tal vez
solo un par de versos para dar sentido a lo que aprendió en literatura, tal vez
solo le llamó la atención el título.
A lo mejor alguien lo ha descolocado a propósito bajo la
promesa de irlo a buscar cuando la pila de papeles que le esperan sobre la mesa
mengüe en tres o cuatro notas.
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