A mi modo de ver, no nos presentaron adecuadamente. Sobre todo teniendo en cuenta que nuestra relación iba a durar toda la vida. Mientras no hubo que tratar directamente con él, no hubo problemas. Luego llegó mi San Martín. Para empezar, era más ancho que alto, soltaba gases y había ruidos extraños al digerir su comida. Era tipo tan raro, que hasta me hicieron estudiar un manual de instrucciones antes de poder conocerlo en persona.
Si te descuidabas se quedaba parado, y no había modo de arrancarle palabra si no pulsabas el botón de reinicio. Si a mí me gustaba irme de marcha, el tenía una marcha para cada estado de ánimo diferente. Querría decir que tenía pocas luces, pero lo cierto es que tenía dos faros bien grandes para que se le viera por la noche, por no hablar del surtido luminoso que poseía para adaptarse al parte meteorológico. Podía permanecer inmóvil horas, incluso días. Se quedaba allí quieto, en el mismo lugar donde lo dejaste. Siempre en la misma posición, mirándote. Esperando el momento en el que con un simple movimiento de muñeca, le hicieras rugir. Y sin embargo, era tan rápido que entre su velocidad y su propia masa se había convertido en una máquina de matar perfecta. De la que por cierto, te tenías que hacer responsable.
Por todo ello decidí darle largas. No lo necesitaba, me dije. Hasta que lo necesité. Tenía sus virtudes. A su manera de ser, era simpático y atento. Por lo general siempre hacía lo que le pedías, aunque conllevara estamparse contra una farola. Y era capaz de llevarte a lugares a donde ningún transporte público había llegado aún.
Le pedí disculpas dándole un golpecito cariñoso en la capota. No me respondió. Le dediqué la mejor de mis sonrisas. Siguió sin decir nada. No me sentí ofendida. A fin de cuentas… ¡qué podías esperar de un coche!
Escondida detrás de una pared.
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¿Recuerdas cuando se te caía el mundo y yo estaba a tu lado? Era yo quien
iba a donde sea que estuvieras a abrazarte hasta que te tranquilizaras. Te
acar...
Hace 12 años
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