La primera es de Stefan Zweig que es capaz de transformar el hecho más monótono y aburrido en un escenario lleno de luz y color acompañado por toda una orquesta sinfónica vienesa. La Historia vista a través de sus ojos se convierte en una apasionante novela. El político más callado, en rufián sin escrúpulos. La aventura fracasada, en toda una metáfora de la grandeza del ser humano. Él es sin duda mi autor muerto favorito.
Curiosamente, mi autor vivo predilecto también se escribe con la última letra del abecedario. Cuando saqué Cartas cruzadas de la biblioteca, ni siquiera me molesté en mirar la contraportada, el nombre de Markus Zusak me sobraba y me bastaba. La ladrona de libros, otra novela de este genial escritor, es probablemente el libro que menos tiempo ha pasado en mi estantería. Según me lo devuelven, lo vuelvo a dejar. Lo prefiero libre y destartalado, compartiendo su historia una y otra vez, que en perfecto estado cogiendo polvo en mi estantería. Siempre he creído que un libro es la suma de la historia que cuenta, con las historias de aquellos que lo leen.
"El hombre de la pistola es un inútil"
Con esa frase comienza Cartas cruzadas. Siempre en la línea del estilo sencillo y parco, en el que de vez en cuando se oye un disparo de agudeza. Se nos narra en primera persona la historia de un joven, Ed, que sin más objetivo en la vida que el de seguir ciegamente a su mejor amiga, que rehuye del amor y que es capaz de acostarse casi con cualquiera menos con él. En contraste, el protagonista opina que el seo debería ser como las matemáticas, no debería pasar nada porque no se te de bien. Tienen dos amigos, uno que no es capaz de dar un palo al agua y otro con un amor desmesurado hacia un coche cochambroso.
Tras detener a un penoso atracador de bancos. Ed comienza a recibir ases de la baraja francesa con mensajes en clave. Cada uno de ellos le conduce a una persona que deberá ayudar. La trama es entretenida y cercana, pero lo verdaderamente interesante se haya en el núcleo de los mensajes. Es un libro de pequeños gestos, de como el personaje más insignificante, es capaz de cambiar la vida para mejor de todos los de su alrededor, aunque a veces se lleve un buen cogotazo. Una vez terminada la última página, dan ganas de imitarle. Si él ha podido hacer del mundo ladrillo a ladrillo un lugar más feliz, tal vez yo también pueda hacerlo en la vida real. Markus Zusak ha conseguido que la empatía no parezca tan difícil.