miércoles, 10 de marzo de 2010

La existencia del alma

Tenemos problemas para definirla y aún así hablamos de ella. No creo que en defender su existencia, su utilidad o su manipulación esté el problema. Todo depende de a qué llamemos alma. Si con esa palabra nos referimos a los cuentos que nos mueven a realizar determinados actos, diremos que la creencia en el alma es una forma de dejarnos manipular e influenciar, y estaremos en contra de ella. Si entendemos que esta creencia nos ayuda a ser mejores personas y a soportar los duros roles de la vida, defenderemos su utilidad y no nos pondremos en contra de quien crea. Ahora bien, a la hora de cuestionarnos su existencia, no como creencia (Que obviamente existe el creencia de que existe), sino como realidad, tambien tendremos que definir a qué llamamos la existencia del alma, y no estoy de acuerdo con admitir que los que crean sean unos ilusos o algo parecido. Si llamamos alma a lo que nos hace ser mejores personas, lo que está claro es que ALGO nos hace tratar de ser mejores personas, lo puedes llamarlo empatía o moral, y si te apetece también puedes llamarlo alma. Si llamas alma a lo que te hace ser tú mismo, pues exactamente igual, ALGO te hace ser único, puedes llamarlo ADN, puedes llamarlo tus circunstancias vitales, y si quieres también puedes llamarlo alma. Claro que si adoptamos la doctrina teológica y decimos que es lo que queda de nosotros cuando morimos y que será juzgada al final de los tiempos, tendremos más problemas para demostrarlo. Pero ello no quiere decir que el alma no exista, ni que los que crean mientan. Su problema es que carecen de pruebas.
Hay que huír de las creencias que desemboquen en el fanatismo, pero, ¿por qué huír de algo que puede dar un sentido a la vida humana, si no hace daño a nadie?

jueves, 4 de marzo de 2010

Bajo la lluvia


Miles de estrellas habían bajado para graparse en su pelo y en su rostro pálido se reflejaba la luz. No era una ninfa, ni poseía la belleza de una diosa griega. Simplemente llovía. Su cabello estaba empapado, y la lluvia había acabado por mojar su cara.

Podría haber abierto el paraguas, pero no lo hizo. Le gustaba sentir el incesante golpeteo del agua contra su piel y dejar volar su imaginación hasta lugares a los que ella no podía llegar, porque bajo la lluvia nunca sabía en lo que pensaba pero se sabía pensadora y aquel misterio le fascinaba.

En esto estaba cuando alzó la cabeza para descubrir bajo qué nube se había escondido el sol. Una gota chocó contra sus labios. Sus ojos brillaron un momento y luego los cerró, y para entonces otras tantas se atrevieron a rozarlos. Se detuvo, volvió a mirar hacia arriba y volvió a bajar. Se palpó los labios y los probó. El agua era dulce.

De repente, una pregunta, una idea, una ilusión , una imagen, un fantasma que nunca se le había presentado por su nombre. El cielo seguía llorando, la calle estaba vacía y la curiosidad tomó la palabra. Nunca se lo había planteado, pero ¿cuál sería el sabor de un beso?

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