Tú que ya no crees en cuentos y yo que salto de las páginas
de uno para meterme en otro. Para ti que el amor es secundario y para mí que es
lo único que cuenta. Tú, que venderías un beso por el precio de otro, y yo que
solo beso ladrones que me han robado algo del pecho. Tú que dices que te
importo, y yo que creo que eso es lo único que tendría que ser importante.
Mi alma escribe en mi rostro con buena caligrafía. Tú, que
tan bien sabes escrutarme con la mirada, me pregunto cuán fácil te es ver a
través de mis ojos todas esas cosas que no valoras, que se te escapan de las
manos y se cubren de barro, por las que yo soy capaz de dar media vuelta,
arrodillarme en el polvo y ensuciarme los dedos al recogerlas del suelo.
Un día despertaré y no serás más tres o cuatro palabras en
mi cartera. Otro bandido aparecerá en mi vida. Y será suya mi risa. Y será él
quien me arranque las lágrimas y no tú el que desangre los versos que nunca
llegarán a ver la luz del día.
Yo era una alta torre, orgullosa y soberbia. Me creía inalcanzable,
erguida hasta el cielo. Y el tiempo echó raíces, y como a todas, me hizo caer.
Y pobre alta torre que no sienta socavar sus cimientos, pues tanto duela el
golpe, tanto habrás estado cerca del cielo.
Arrepentirse sería malgastar recuerdos.
Tú que no has querido ser como yo, y yo que tampoco he
querido ser como tú.