viernes, 21 de diciembre de 2012

Agente T

Hoy, vamos a colocar un relato corto que escribí hace poco y que han tenido el gusto de publicarme en un periódico.
Esperando que lo disfruten y pidiendo disculpas por tomarme tan a la ligera la ciencia, les ofrezco un relato policíaco ambientado en el cuerpo humano. Si yerro, ya saben, licencia literaria,
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El hígado es un lugar decadente con las paredes sin pintar y el suelo repleto de servilletas amarillas usadas y manchas de café. Allí, un linfocito T maduro pide otra jarra de glucosa sin filtrar.
-¿No cree que ya ha bebido suficiente, agente T?-le comenta el hepatocito camarero limpiando con un trapo la barra del bar de moléculas indeseadas.-Mire que el etanol no le sienta nada bien a nuestro citoplasma. Si lo desea le puedo servir del nuevo barril que nos han traído-Acerca su aliento sucio a la oreja del linfocito-. Es de glucógeno recién sintetizado.-dice en voz baja, como si no quisiera que nadie más se enterara en aquella sala vacía.
T le sostiene la mirada un segundo y luego vuelve a mirar al vaso.
-Póngame otra jarra de glucosa sin filtrar, por favor.
-Un mal día, ¿no?
El agente linfocito T del cuerpo de glóbulos blancos del sistema de protección inmune asiente torpemente.
-No hay justicia en la vida celular.-susurra el hepatocito.-No importa la supervivencia del individuo, sólo la de la ciudad, y el día que eso cambie estaremos todos caminito del camposanto ¿Qué ha sido esta vez? ¿Un parásito intracelular? ¿La hermana malvada de E. coli? ¿Un virus?
Linfocito T sabe que no debería hablar con civiles de las aventuras del cuerpo de glóbulos blancos, pero hoy le hubiera gustado saltarse un par de reglas mayores y no lo hizo. Tal vez rompiendo el silencio se sintiera mejor.
Le habían concedido su placa el día anterior en el centro policial del Timo sobre el corazón. Ilusionado había esperado con impaciencia la llegada de cualquier misión que le permitiera hacer uso de sus nuevas facultades como glóbulo blanco maduro. La aventura no se hizo esperar, pues aquella misma noche recibió la visita de Citoquina.
Ella era una proteína rubia de muy buen ver que se encargaba de llevar a los glóbulos blancos al lugar donde se producían los incidentes.
-Agente T, se requiere de vuestra presencia  en el Duodeno. Se trata de un 121, máxima prioridad. Apoptosis anómala del tejido. Podemos tomar la vena hepática hasta el hígado y de ahí el sistema porta para llegar al intestino.
Si bien en aquel momento el linfocito se sintió orgulloso de pertenecer al sistema inmune,  no estaba preparado para la escena que le deparaba el duodeno. Miles de enterocitos con el núcleo y el citoplasma reventado yacían muertos o moribundos sobre las aceras del lumen del intestino. Sin darse cuenta, el agente T pisó algo pegajoso, y cuando levantó la bota, tenía un pedacito de célula intestinal pegado a la suela. Sintió un escalofrío.
Los enterocitos eran considerados los más guapos de la ciudad, tenían una forma cilíndrica definida y con una extensa capa de microvellosidades en una de las caras del cilindro que solían peinarse como si tuvieran cabello. Microvellosidades que ahora aparecían esparcidas por la calle como sesos destrozados por la ingenuidad de un tiro. Los enterocitos eran células arrogantes y presuntuosas, pero no se merecían aquella masacre. Linfocito T jamás había estado en las catacumbas de Paris, pero posiblemente, se pareciera a aquello.
-Agente T, me alegro de verle.-le saludó un viejo amigo.
-¡Agente B! Cuánto gusto en tenerle por aquí.
Linfocito B asintió con la cabeza. Él había sido el primero en llegar a la escena del crimen y había dado la voz de alarma. Estuvo a punto de ver al asesino, de hecho había corrido tras él, pero el muy cabrón había lanzado contra él el cadáver de uno de los enterocitos y le había hecho tropezar, con lo que lo había perdido.
Los gritos y lamentos de las células madre hacían eco por toda la matriz extracelular. Se abrazaban a los cuerpos inertes de sus hijos para impedir que los siniestros macrófagos de los llevaran a la sala de autopsias y los hicieran desaparecer.
-Mire señora que no quiero hacerla daño, pero hemos de limpiar el lumen de cadáveres para que pueda volver todo a la normalidad-pidió amablemente el macrófago.
-¿Tiene usted idea de cuántas veces me he dividido? ¡Tengo miles de hijos! ¿Lleva usted la cuenta de los hijos que he perdido hoy? ¡Ya solo me quedan cien! ¡Éste era mi favorito! Si se lo va a llevar, por favor lléveme a mí también. Alguien les ha obligado a suicidarse. Yo les recomiendo que empiecen por aquella rata de E. coli, que se las da de buenecita, pero me he enterado de los estropicios que ya ha hecho en otros intestinos. Ayer mismo, se atrevió a insultarme cuando le recordé su naturaleza vil y despiadada y hoy, sorpresa, no aparece por ninguna parte.-dijo llorosa y amargamente la célula madre.
Los linfocitos B y T vieron que aquellos dos podrían acabar muy mal, de modo que se acercaron para imponer la paz.
-Le comentaba a este señor macrófago -ladró la célula -, que mi nombre y el de todas las células madre moltipotentes del intestino, que nos negamos a renovar el tejido con nuestros hijos hasta que el cuerpo de glóbulos blancos nos asegure que ya no hay peligro alguno para ellos.-sentenció la desdichada.- Prométanme que atraparán a esa bruja de E. coli.
-No se preocupe, señora, la cogeremos.
T le dio un codazo a su compañero.
-No hay pruebas contundentes contra esa bacteria.
B se llevó un dedo a los labios y le chistó mientras se alejaban.
-No quieras seguir provocándola, ¿quieres? Está loca, sería capaz de provocar una catástrofe en el organismo. Si le da por dividirse desordenadamente... ¡cáncer! Deberíamos ir a investigar a esa E. coli, es la única pista que tenemos. Tal vez fue ella la que vi desparecer. ¡Dios, tal vez hubiera podido pararle los pies!
Linfocito T puso una mano sobre su hombro y recibió una descarga.
-¿B, que te ocurre?
-No le des importancia, tengo la membrana algo turbia.
De repente, vieron algo moverse. Tal vez solo había sido un soplo de aire, opinó B. Sin embargo T decidió acercarse a investigar, tenía que seguir a su instinto. B optó por quedarse al margen y esperarle.
Y allí, escurridiza como una serpiente y pequeña como una lombriz, le miraba aterrorizada la bacteria de la que todo el mundo hablaba. La famosa E. coli, habitante usual del lumen del intestino, sospechosa de haber inducido el suicidio de los enterocitos y cuya cabeza pedían a gritos las células madre.
Linfocito T desenfundó el arma y la amenazó. E.coli levantó las manos para tranquilizarle.
-Baje el anticuerpo, señor glóbulo blanco, que estoy aquí para probar mi inocencia. Las células madre son unas necias, me conocen prácticamente desde que salisteis todos de la placenta y aún no se han dado cuenta de que soy completamente inocua. Sí, es cierto tengo algún pariente dañino. Pero ninguno se molesta en obligar a nadie a suicidarse. O bien se pegan como lapas a ello o bien los matan a sangre fría. Esto es demasiado limpio para un ejemplar de mi especie. No sé si me entiende-habló en voz baja-. Pero yo, que he visto mucho organismo, solo he visto a una célula capaz obligar a otra a autodestruirse. Esto es obra del sistema inmune, agente.
-Eso es imposible, no matamos indiscriminadamente. Sólo ayudamos a morir a células viejas y a células con defectos peligrosos.-contestó el linfocito.
-A menos que tengan un error genético o estén infectadas por algún virus. Insisto, esta tarde solo había un linfocito patrullando por aquí. Le conoce. Usted sabrá lo que tiene que hacer. No quiero que este organismo muera, también es mi casa.
Cuando quiso darse cuenta la bacteria rápida ya se había hecho desaparecer.
Linfocito T, con la cabeza gacha entre oscuros pensamientos volvió justo con su compañero. No sabía si debía creer a aquella bacteria gran negativa, pero entonces giró la vista hacia su derecha y pudo ver como enfrente del linfocito B, había un cadáver más de enterocito que antes no estaba.
-Conozco esa mirada T, no creerás qué…
T examinó a la célula muerta, y efectivamente comprobó que el modus operandi se asemejaba mucho al de la academia policial del sistema inmune. Recordó las lecciones de sus maestros. Toda célula problemáticaha de ser eliminada por el bien de la comunidad.
-¡No! ¡No lo hagas! ¡Somos amigos! ¡No lo hice a propósito! ¡Sólo estoy enfermo! yo no quería hacer daño a nadie. Hay daños en mi DNA, pero puedo repararlos. ¡Seré a partir de ahora un buen linfocito, lo juro!
Pero las reglas eran las reglas. Y las excepciones podían pagarse con la muerte.
-Hoy he tenido que fagotizarme a mi mejor amigo. ¡Me lo he comido!-exclama borracho el linfocito T al hepatocito camarero.- Pude sentir como se estremecía mientras mis enzimas se preparaban para descuartizarlo. Le escuché gritar cuando destruyeron su núcleo.-T tiembla mientras habla, el etanol ya ha comenzado a nublar sus funciones.-No se lo merecía.
 El hepatocito se rasca la barbilla.
-Deberías ir acostumbrándote pequeño linfocito. No hay sitio para la justicia en nuestra comunidad pluricelular, sólo para la supervivencia.


1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy bueno, narra muy bien esa realidad ocultada por "Erase una vez el cuerpo humano".

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