Bajo mi punto de vista, todo en esta vida surge de una historia encadenada, da igual que estés hablando de literatura o de bioquímica. Todo lo que ocurre es una gran historia, la gran historia del universo, en la que no sobra nada, falta de todo y se recompone por momentos. Un escritor no escribe sin sigo mismo, y por tanto todas y cada una de sus letras nacen de dentro de él, cada personaje o pensamiento, cada verso, cada cuento, todo parte de la misma raíz, y no serían los mismos si brotaran de otro sitio. Razón por la cual, en materia de escritura he terminado por acostumbrarme a todo, menos a que me lean en voz alta. El corazón se me para cuando escucho mis propias palabras en boca de otro. Porque aunque la garganta es la suya, es a mí a quien se oye, y verte a ti misma reencarnada en el cuerpo de otro es una cosa muy rara. Ese es uno de mis problemas, a otros simplemente les da vergüenza enseñar lo que con sangre de tinta imprimieron en un papel, cosa que por cierto, todo sea dicho, con la práctica se supera.
A mí, al principio, también me daba pánico ofrecerle a alguien mis textos, que son algo así como mis hijos, y cuando alguien se adentra en ellos, realmente se esta introduciendo en el interior de mis entrañas. Te ves de repente desnuda, y te hace falta mucha fuerzsa para sostenerle la mirada al público. Sin embargo, eso poco me importa ahora, de hecho, me encanta. Escribo cualquier tontería y me comporto como una niña de tres años que acaba de dibujar un círculo con cuatro palos y toda ilusionada corre hasta su madre y alegremente le dice "¡Mira, mamá! ¡Un corderito!"