lunes, 18 de julio de 2011

El filo de la verdad

Él la saludó con una sonrisa amplia, inocente, abierta, amiga. Ella llegaba unos minutos tarde con una sombra en sus mejillas. Había venido a hacerle daño, y él apenas había comenzado a darse cuenta. Ella tenía los ojos de hielo y dos puñales en las pupilas. No venía cargada con toda la verdad, pero tenía la suya, y era arma más que suficiente. Llegó el  momento preciso, no era tarde, tampoco demasiado temprano. Tragó saliva, y las palabras que saltaron de su boca fueron a clavarse directamente en el costado de aquel pobre chico.
Y el silencio se deslizó como la losa de una lápida. Frío, oscuro, pesado, definitivo. Él dejó de mirarla, y ella perdió su mirada en el suelo, contemplando como la herida que ella misma había causado iba dejando manchas rojas sobre el pavimento.
Mientras los párpados de él se enrojecían, ella sólo pudo decirse a sí misma que peor hubiera sido una mentira.
Faltaron dos besos en la despedida, hubiera sido cruel empaparse los labios con la sangre de su víctima.

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