miércoles, 6 de octubre de 2010

Soledad

El cabello suelto y acariciándola la cara. Sola, triste y aquella sensación de desnudez constante que se le pegaba al cuerpo, a cada arista, a cada movimiento. Cada pensamiento era visible, cada duda, cada miedo, estaban en la curva de sus pestañas, en el latido de su pecho, en la boca que titubeaba. Desnudo era su silencio y las palabras que no sabían saltar de sus labios. Frío, aun cuando no hiciera viento, hacía frío. Estaba helada, pero no tiritaba. Alma que vaga sin rumbo, alma que poquito a poco se hiela.
Podía fingir que no existía, que no importaba. Estiraba su postura y se imponía una sonrisa, parloteaba de manera dulce y se obligaba a continuar. Fallaban sus ojos, esos dos espejos, dos lunas que no sabían engañar. Su mente podía mentirse a sí misma, pero allí estaban, tristes, cansados, cabizbajos, perdidos, y solos.

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