El café lo esperaba en la barra antes de que llegara a
pronunciar palabra. La cafetera se había puesto en marcha desde que el camarero
le había visto atravesar la entrada y dejar el paraguas mojado en la papelera. El
“buenos días” sonaría más entusiasta cuando la cafeína hubiera hecho su efecto.
El dulce sabor de la rutina cayendo gota a gota sobre las
primeras horas de la mañana. Una mujer se sienta a su lado y pide un chocolate
con churros. No se molesta en saludar. En su lugar, bosteza y esboza una sonrisa adormilada. Las mismas
preguntas de siempre: ¿Los niños? Bien ¿La mujer? también. ¿El trabajo? Una
mala época, pero vamos tirando.
Él podría dibujar palmo a palmo el mapa de la vida de su
acompañante. Curioso encontrarse todos los días con alguien y aprender siempre un dato nuevo.
Todos, salvo su nombre, no porque ella no quisiera
decírselo, sino porque la conocía tan bien, que le daba vergüenza admitir que todavía
era un misterio para él.