Había sido un buen día, pero aún sentía que le quedaba algo
por hacer.
Llevaba una pequeña mota de sudor sobre una nariz redonda grande y roja, el pelo azul tras las orejas y un gracioso sombrero pequeño coronado por dos mariposas. Sobre la pajarita se sonrojaban dos lunares y un pañuelo de colores se asomaba por el rabillo del bolsillo.
Apareció en el escenario improvisado con una estrepitosa caída al subir la escalinata. Perdió una pantufla. Una niña la recogió y se la tendió.
-Tome, señor payaso-dijo mirándole fijamente al calcetín que tocaba el suelo, chiquito en comparación con el enorme calzado-Y no se preocupe, que he mirado muy bien como me ha enseñado mi mamá, y lo que le falta a su pie aún sigue, creo, en el zapato.
El payaso sonrió desde su boca de granada y continuó con la función. Cuando terminó, todos los niños reían y los mayores aplaudían. La madre del cumpleañero se acercó entonces y decretó que ya podían ir a las mesas y devorar a la pobre tarta. Aquella zona del jardín pronto quedó abandonada y solo quedó allí el viejo payaso con las pinturas de la cara ya algo corridas.
Sin embargo, se oyó un sollozo entre un murmullo de ramas. El payaso se acercó y encontró tras un par de rosales, un niño con moquillos en la nariz, los ojos húmedos, y las pequitas inundadas de lágrimas. Trató de ocultarse tras sus manos, pero el payaso ya le había visto y le miraba con cierta ternura. Le tendió su pañuelo de colores y sin decir nada, se sentó a su lado.
Tanto silencio turbó al niño y le hizo olvidar por qué había estado llorando. Se quedó observando las manos enguantadas del hombre y cómo parecía bailar entre sus dedos algo de goma.
Sonriendo, el payaso comenzó a soplar y a soplar y de la nada, apareció una flor. El niño la miró con los ojos como platos, era preciosa, parecía mentida que fuera de globo.
-No, no es para ti. Las flores son solo para princesitas y príncipes caprichosos que quieren que se lo den todo hecho.
Y la estalló.
Volvió a sacar otro globo y tras hincharlo le dio la forma de un perro.
-No, esto no es para ti. Las mascotas son solo para princesas y principitos que solo saben conformarse.
Y lo estalló.
Cogió otro de nuevo y tras insuflarle el aire de sus pulmones, lo puso en las manitas del niño.
-Este sí que es para ti. Las espadas son para aquellos que no esperan ser servidos ni aceptan lo que les llegue, sino para aquellos que con valor, constancia y honor, luchan por lo que quieren.
El niño enarboló su nuevo tesoro y se fue corriendo a jugar con los demás.
El payaso, satisfecho, se quitó la nariz postiza y se rascó, ¿por qué? porque le picaba.