domingo, 15 de julio de 2012

Sobre la esgrima


Tal vez debería haber escondido mejor mi sonrisa la primera vez que entré en una sala de esgrima. Supongo que siempre quise convertirme en mosquetero. No se descubre todos los días que eso de empuñar una espada y blandirla en el aire es algo que no solo puede hacer un personaje de novela. De modo que allí estaba yo dispuesta a empezar mi propia historia de caballerías, sin ninguna experiencia y con muchas ganas de empezar a matar dragones.

En el fondo, en espada, por mucho que se oiga tañer las hojas, todo consiste en pulsar un pequeño botón que hay en la punta contra el cuerpo del contrincante. Si como a mi os apetece volver al romanticismo podemos hablar de ensartar al adversario, o si el golpe ha sido lo suficientemente fuerte como para dejar cardenal, sin lugar a dudas lo exageraremos hasta decir que lo hemos atravesado.
Imagen prototipo del texto, a la espera de que me envíen la buena.
Y es que tras cinco meses batiéndome en duelo a la antigua usanza y más de mil botonazos a mis espaldas, he llegado a la conclusión de que en esgrima se hacen amigos a base de hematomas. Y para que por la calle dejen de tomarme por mujer maltratada, he tenido que tatuarme lilas sobre el brazo y dibujar amapolas sobre mi pecho.

He tachado el verbo rendirse de mi diccionario, porque eso de dar la espalda y no terminar el asalto es cosa de cobardes. Y si el mejor esgrimista de la sala te pide tirar (palabra técnica para describir el acto de pegarse con un palito de metal, otros quizás le encuentran más acepciones al verbo, pero aquí no significa lanzar una pelota, sino tratar se pinchar al oponente) tú no te amilanas y te pones en guardia sobre la pista.

Porque aunque él cuente el tiempo que lleva practicando el deporte en años y tú hasta hace poco en semanas, aunque ya sientas el sabor de la tierra que tendrás en la boca cuando te haga morder el polvo, aunque nadie en su sano juicio apostaría a tu favor, cada tocado conseguido será una pequeña victoria. Y si no consigues ninguno, siempre nos quedará el premio al valor y el encanto de haberse enfrentado a un imposible. No existe derrota sin la promesa de una revancha. No se pierden guerras, sino sólo batallas.

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