Tenían
un sueño. Buscaban un poco de luz en la boca del lobo, y se han metido en su
garganta. Huele tanto a humano que casi se esconde el olor a madera podrida. La
barcaza es un juego de tetrix donde más de cien personas se apilan encima.
La
arena de la playa está mojada y no la han besado las olas. Allí ha llorado una
madre mientras agitaba un pañuelo de colores. Un pedazo de su vientre flota a
la deriva y no va a volver.
Tez
tostada, casi negra. Su hijo mantiene el gesto orgulloso mientras se aleja de
su familia. Bajo sus cejas de ébano hay dos estrellas. Una brilla hacia
Occidente y se llama Ilusión. La otra no perderá de vista África ni aún cuando
la orilla se vuelva una forma borrosa.
Dos
días a bordo. En la barca hay una mujer que, a pesar del hacinamiento, no ha
conseguido escapar del frío. Está embarazada. Escapa de una guerra que no es la
suya ni la de su bebé. Allá a donde van querrán darles la espalda y dirán que
son ilegales. ¿Su delito? Buscar un futuro que por su origen no les
corresponde.
Una
tormenta. La patera se tambalea. Se oyen gritos. Comienza a entrar agua. Nunca
hubo garantías. No será la primera patera con la que se atraganta el Atlántico.
Sus seres queridos no sabrán nunca que se hundieron entre las olas. Un hombre
ha reconocido a la muerte, y al olvido, pero se niega a aceptar al silencio. Ha
comenzado a cantar y a él se han unido otras voces. Su canción quedará en el
eco cuando sus párpados se cierren.
Sus
cuerpos descansan todos juntos en el fondo, los enterraron las sirenas.
Sobre
la tumba colocaron una lápida. Sólo había un epitafio posible: Tenían un sueño.