El sol golpeaba mi espalda, y mi sombra guiaba mis pasos, liviana y gris sobre el suelo blanco. Se alargaba bajo mis pies y me miraba distante, no era más que una forma vaga.
Vi una sombra acercarse a la mía. Me estremecí, era la tuya. Tu pelo, tu abrigo, tu forma de caminar... Fingí estar distraída, mientras la distancia que nos separaba se hacía más pequeña. Mis ojos estaban clavados en tu sombra, y mis labios habían comenzado a dibujar una sonrisa. Comenzaste a andar más rápido hacia mí, pero permaneciste en silencio. Te conocía demasiado bien. Sí… pronto notaría tus dedos sobre mi rostro. Me haría la sorprendida, pero mi la curva de mis labios se ensancharía y me delataría.
-¿Quién soy?-preguntarías.
Te haría creer que no te reconocía, y diría mil nombres antes de pronunciar el tuyo, haciéndote rabiar. Y mientras tanto, nuestras sombras se fundirían en una, dibujando una sola silueta, hija de la tuya y la mía.
Volví a la realidad, tu sombra ya casi había alcanzado a la mía. Podrías tocarme si alargaras la mano. Pasaste de largo, y te llevaste a tu sombra contigo. Tu pelo ya no era tu pelo, tu abrigo ya no era tu abrigo, y tu forma de caminar tampoco era la tuya.
Mi sombra se quedó mirándome desde el pavimento. Hubiera querido saber en qué pensaba. No podía ver sus ojos, se sumergían en el contorno de mi cabeza. Parecía triste. Parecía sola.
Tal vez ella también habría deseado encontrarse contigo.