Creo que no hay nada más hermoso que amar sin tener apenas motivos. Escoger de entre todos los árboles, no al más alto ni al más pequeño, ni al más verde o frondoso, sino a aquel que sin destacar sobre los otros, oculto a simple vista, por puro instinto te atrapa y te
desconcierta. No tienes razones de peso para sentarse a su sombra, y sin quererlo, lo haces, habrá otras mejores y con más mullida hierba, y lo sabrás pero no irás. Porque ese es TU árbol, y aunque sea anodino,
mustio o sombrío, tiene algo que no sabrás explicar y si te fueras, lo llamarías traición. Si extrapolamos el tema de los árboles y lo llevamos a pueblos, personas o animales, quizá podamos entender cómo el ser humano es capaz de creer en lo imposible y de defender lo que llevado fuera de su contexto resulta irracional. Esos detalles efímeros y quizá inútiles que clavan sus garras en el alma y terminan por formar parte de ella nos hacen quienes somos. Y cuando llega el hedor del olvido termina por desgajarse una parte de ella.