domingo, 4 de mayo de 2014

La biblioteca

Hay épocas en las que es hora de cambiar de aires y mudarse de casa a la biblioteca.

Da igual que hayas llevado bien las asignaturas, de nada te servirá haber estudiado todos los días si no hincas bien los codos justo antes del examen final. Ya no se trata de entender los conceptos, si no de ser capaz de presentárselos al profesor tal y cómo él quiere. Saber no vale, más importante es demostrarlo.

Tú liberarás solo tus propias batallas, pero en la biblioteca al menos te sientes acompañado. Si estás sentado en la silla, las narices en los apuntes. Y si te levantas, alguien habrá dispuesto a enredar contigo. Es un buen sitio para hacer amigos

Y yo que me solía perder entre las estanterías e inundarme del olor a libro, a antiguo. Yo que saboreaba con mis manos los bordes desgastados y las esquinas pulidas de las historias y poemas de ayer, de hoy, de siempre. A mí que me gustaba sonreír cuando veía una novela fuera de su sitio, porque significaba que alguien los había tocado, que alguien más los había cogido.

Alguien se había parado a hablar con los muertos, tal vez solo un par de versos para dar sentido a lo que aprendió en literatura, tal vez solo le llamó la atención el título.


A lo mejor alguien lo ha descolocado a propósito bajo la promesa de irlo a buscar cuando la pila de papeles que le esperan sobre la mesa mengüe en tres o cuatro notas.

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