miércoles, 25 de diciembre de 2013

Querido Cine

Querido Cine,
Hace tiempo que andas de capa caída. Te quejas de que las salas andan vacías y de esos piratas que te abordan desde el ordenador. Rabias por los productores, por los actores, por lo derechos de autor y por todos esos kilómetros de cintas grabadas que terminan en un agujero negro de dinero, ilusión y talento.
Y pensando en recaudar más fondos, porque tú no vas a ser menos en esta burbujita a punto de estallar en la que nos encontramos, no has hecho otra cosa que subir y subir los precios.
La culpa, Internet. Cómo la va a tener los casi 10€ que te cuesta entrar.
Llevo más de seis meses sin sentarme en una butaca. Jamás me había pasado tanto tiempo sin ir al cine.Y jamás había gastado tan poco en ello.
En este turbio 2013 como mucho habré ido dos o tres veces, lo que hacen como mucho unos 30€. Si las entradas hubieran estado a 3€ hubiera ido alrededor de un par de veces al mes, lo que hacen unas 24 veces al año, 72€ que me hubiera gastado.
Pero podemos seguir haciendo matemáticas. Una ocasión singular. En los cines de mi ciudad, un miércoles cualquiera decidieron cometer una locura.. Hoy y solo por ser hoy, las entradas a 3€. Recaudaron ese día tanto como en todo lo que llevaban de año. Siendo entre semana, había que esperar 45 minutos de cola. Y la gente esperaba. Y era feliz. En una España como la que nos toca vivir, podían permitirse sentarse frente a la gran pantalla a comer palomitas.
Y es que señoras y señores, el cine no ha muerto. Es sucio descargarse vídeos de la red, se acompañan de demasiados virus y las fiebres se pueden pagar caras en la farmacia.
Imagínese un mundo en el que el cine sea de todos. Un mundo en el que pudiéramos ir a ver una y otra vez aquella película que nos emocionó, en el que pudieras ceder y ver una que repugnas, porque iba a haber una próxima vez y esa próxima vez te tocará elegir a ti. No digo que fueran a desaparecer todas esas páginas que te ofrecen películas por 0 céntimos, pero ir al cine dejaría de ser un plan prohibitivo para convertirse en lo que debería ser, una opción para pasar un buen rato en compañía.
De modo que, querido Cinematógrafo, haga un acto de fe.
Sea más razonable en el precio de las entradas. Abandone la chapita de snob en su casa y ábrase. Reclute a esos jóvenes que en las tardes frías y lluviosas de invierno no tienen a donde ir. Permita a esas parejas enredar sus dedos sobre los posabrazos y no les deje la sala entera para ellos solos. Deje a esas familias grandes ir en manada, que tengan que reservar con antelación las entradas para poder sentarse todos juntos.
Feliz Navidad, señor Cine, y ya sabe lo que tiene que hacer si quiere un próspero año nuevo.

domingo, 8 de diciembre de 2013

La cita

Se citaban una vez al año en Paris. El mismo día, a la misma hora, en un puente sobre el Sena. Él no sabía su nombre, ella tampoco el suyo. Una tarde de sueños, de ilusiones y un beso en los labios como despedida.  Diez años habían pasado desde la primera vez que se miraron.

Llovía mientras ella esperaba. Había dejado el paraguas sobre el suelo mientras apoyaba sus brazos y la barbilla en la baranda de piedra . Veía las lágrimas del cielo empotrarse contra el techo del río. Los minutos pasaban, nadie aparecía, y su ropa estaba cada vez más empapada. Permaneció quieta hasta que el agua de sus mejillas se confundió con la corriente del río. Cuarenta y cinco minutos después abandonó el puente maldiciendo a las historias de amor y a la poesía.

Él llegó una hora después con un ramo de rosas y una declaración de amor en el bolsillo. Había decidido que quería verla todos los días de su vida.

Quiso llegar a las seis pero llegó a las siete. Era el último domingo de marzo, habían cambiado la hora y él no se había dado cuenta.

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