domingo, 8 de septiembre de 2013

Frente al terrible lagarto


Replica de un esqueleto de Camarasaurus,
Museo de Ciencias Naturales de Madrid
Hay muchas clases de ciencia. Están las ciencias de lo abstracto como las matemáticas, que se extienden sobre la mente como una tela de araña. Las hay que se basan en prueba y error, y las que atrapan un imposible y buscan hacerlo realidad. La paleontología es la ciencia de lo irrepetible, de lo único, de lo excepcional. Es la memoria de un planeta que se resiste a olvidar su historia. Y como los recuerdos, no hay dos fósiles iguales. No hay reto que excite más a mi imaginación que hacer surgir todo un mundo a partir de un pedazo de piedra. Un mundo del que nunca se podrá llegar a formar parte, pero en el que se te permite sentarte junto a una ventana para observar. Es palpar a ciegas a través de una selva de niebla. Es el significado estricto de recrear. Y también el de resucitar.

Un día paseaba por un museo de historia natural con las manos sobre mis labios para evitar que se escapara mi asombro, cuando alguien tiró de mí mientras observaba un precioso esqueleto de Edmontosaurus. Yo no tengo muchas oportunidades de ver réplicas de los señores del mesozoico, y mucho menos cuando se trata de fósiles de verdad, de modo que me volví con mala cara hacia mi acompañante. Me metía prisa, no entendía por qué quedarse más tiempo en una sala llena de huesos si solo era eso lo que había, huesos.

Yo, que he crecido con una enciclopedia de dinosaurios bajo el brazo, no podía dar crédito a lo que estaba oyendo ¿Solo huesos? Mi cara de estupefacción no fue suficiente para quitarle la razón. Efectivamente, en aquella habitación había huesos y poco más.
Entonces, ¿cómo explicar la emoción que me embargaba al contemplarlos? Él estaba en una habitación oscura de un museo, y yo estando en el mismo sitio , estaba en un lugar muy distinto. Para él no había otra cosa que carcasas de animales muertos. Para mí había mucho más. Mis ojos leían con avidez cada detalle, cada surco, cada proporción. Ojalá hubiera podido prestárselos. 

Colóquense a mi lado. Sobre cada esqueleto se proyectan los músculos y tendones, y sobre ellos nace la piel, gruesa, resistente, que se cubre de escamas o plumas. Frente a usted está el color, la textura, las manchas y dibujos que tendría. En el cráneo los párpados se abren. Tal vez ahora pueda verle como yo estirar el cuello, incorporarse. Se sacude el polvo que los años han dejado sobre su cuerpo. Y ahora, sienta latir el suelo al ritmo de sus pisadas. Sus pupilas de dragón se clavan en usted. Óigalo rugir.

El efecto es hipnótico, es una criatura magnífica. Parece salida de un sueño, y sin embargo tenga la certeza de que una vez existió y que se resiste a extinguirse cada vez que usted pone sus ojos sobre sus restos. Y cuanto más los mira, más real se vuelve.

Sin lugar a dudas, la sala se veía de manera diferente si entrabas con la fascinación de la mano que si entrabas sin ella.

Mi lista de blogs