jueves, 19 de abril de 2012

El tren

Cada día, las vías y los raíles se le hacían más monótonos y aburridos. Los mismos paisajes de siempre a la misma hora de siempre. El sol en idéntica posición, las sombras sobre el mismo suelo. Qué más quisiera el tren que quedarse diez minutos parado y en vez de observar escenas sueltas, percibir un pedazo de historia.

Línea C4 de ferrocarril, estación Nuevos Ministerios, las puertas se abren y entra en el tren una muchacha morena. Lleva un libro entre las manos, uno diferente cada semana. Se sienta en una esquina, al lado de la ventana. Duda un instante y su reflejo en el cristal solo ve una mujer cansada y sin futuro. Una más. No para el tren. Coloca la novela sobre sus rodillas y acaricia un momento la portada. Comienza la lectura. No se sabe observada. No sabe que el tren la ha estado esperando. No sabe que ha puesto sus ojos sobre sus hombros y está leyendo con ella.

El tren sonríe. Sobre el papel hay versos de Pablo Neruda. La mujer permanece todo el trayecto en la misma página. Es su poema preferido. El tren repite las palabras después de ella. Es su momento favorito del día. Durante veinte minutos, ya no es tren sino poeta y ha estado enamorado.

Fin de línea, estación Colmenar Viejo, la mujer cierra el libro, se baja y el tren se despide con un tenue bufido. La mujer sigue su camino.

El tiempo pasa y ella envejece, pero sus costumbres no cambian. El tren ennegrece y se oxida, y un funcionario decide que ha llegado la hora de cambiarlo por otro con un motor más nuevo, recién pintado  y sin ventadas ralladas.

Un último viaje. Estación Nuevos Ministerios, la mujer se sube. La sonrisa del tren es esta vez triste. Hoy toca La vida es sueño. Estación Tres Cantos, previa al final de línea. La mujer cierra el libro sobre su regazo, y acaricia uno de los bordes de la ventana del tren con cariño, también sabe que este será su último viaje juntos. Estación Colmenar Viejo, la mujer deja el libro sobre un asiento antes de abandonar definitivamente el vagón.

Esta vez si vuelve los ojos hacia el tren. Musita un dulce adiós, y justo antes de marcharse, le parece oír en el rechinar de las vías, la palabra “gracias” y un “hasta siempre”.

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